Foto: Canoa Films
Criaturas salvajes y una noche en el cañadón del río Pinturas
Parece increíble no haber venido nunca antes a Parque Patagonia. Tantas veces transité la ruta 40, pasé por el portal del Parque, y siempre me puse una excusa para no parar, pensando, sin saber, que en la estepa no había nada interesante para encontrar.
Salí temprano del Chaltén y llegué a la tarde a Perito Moreno (población: 10 mil habitantes, no oficial, la comunidad más cercana del Portal Cañadón Pinturas). Después de ocho horas arriba del auto, solo quería estirar las piernas y empezar a andar. La montaña es mi lugar, desde que soy chiquito sé que es allí donde quiero estar, vivir y trabajar.
Vine con la idea de caminar por una nueva red de senderos en este “portal” —así le llaman a las entradas públicas del parque— y hacer una buenas tomas, así que me propuse aprovechar los amaneceres y atardeceres para capturar las imágenes con la mejor luz. Esa noche dormí en la hostería “La Posta de los Toldos” dentro del Portal Cañadón Pinturas. Llegando por el camino de ripio que une la ruta con el casco no podía creer lo que veía: decenas de choiques y guanacos caminando cerca de los caminos y alrededor del refugio, atentos pero casi indiferentes a mi presencia. Es raro observar fauna silvestre a tan corta distancia en Patagonia.
Tomás Roy Aguiló se prepara para compartir la noche con las criaturas salvajes que habitan el cañadón del río Pinturas desde tiempos remotos. Foto: Canoa Films
A la mañana siguiente, a las cinco ya estaba arriba con el objetivo de alcanzar el amanecer camino al cañadón del río Pinturas. Franco, el anfitrión del portal, me había comentado que se habían avistado pumas por esa zona el día anterior. Muy ansioso y atento, dejé mi camio-neta en el estacionamiento del pie de senda para emprender la localmente famosa Bajada de los Toldos.
Un sinfín de escalones, espectacularmente diseñados y construidos para que todos puedan vivir esta experiencia, siguen la huella que hace unos nueve mil años comenzaron a usar pueblos nómadas que pasaron por aquí, vivieron en este mismo cañadón sus vidas moldead-as por el viento, el agua y la vida silvestre. En el recorrido, me crucé con dos cóndores, un ca-muflado chinchillón anaranjado (endémico de la zona y siendo restaurado mediante el rewil-ding, según leí en el folleto que me dio Franco), unos pequeños roedores que cavan túneles bajo tierra llamados pericotes orejudos y un cuarteto de bandurrias boreales, cuyo canto en vuelo inundó el cañadón de misticismo. Pumas (visibles): cero. Humanos: uno, yo.
Ya de noche, observando las estrellas enmarcadas por los paredones del cañadón Pinturas, imaginé este mismo paisaje estelar siendo contemplado por aquellos nómades milenios atrás. Las criaturas salvajes que los vieron llegar ahora me observan, con sus ojos adaptados a la noche, desde los paredones, ocultas en el calafate, descendiendo desde las mesetas, vigilando desde el cielo. El silencio es absoluto y me duermo.
Un cóndor andino sobrevuela los paredones rocosos del cañadón del río Pinturas. Foto: Hernán Povedano
Amanezco temprano para llegar a la primera visita guiada de la mundialmente famosa “Cueva de las Manos”, con pinturas rupestres que datan de 9 mil años. La inmensidad de la naturaleza y de nuestra historia en un solo lugar. La guía turística nos cuenta sobre las cace-rías y vivencias de los antiguos pobladores dentro del cañadón— el mismo donde pasé la noche—, plasmadas en las pinturas rupestres. Por un momento me siento protagonista de sus relatos y sonrío.
Fue una experiencia única, un descubrimiento de la biodiversidad y las bellezas escénicas que esconde la estepa patagónica en el noroeste de Santa Cruz. Un refuerzo a una idea que atraviesa mi vida: la importancia de conocer para proteger estos espacios naturales, para que las futuras generaciones también puedan disfrutarlos.