Foto: Canoa Films
Lo salvaje es vida
“¿Qué es lo salvaje para vos?” me preguntó ayer una pareja de ciclistas durante la sobremesa en La Posta de Los Toldos, la hostería donde me estoy hospedando dentro del Portal Cañadón Pinturas del Parque Patagonia. Vine con Guchi, cuñada y colega, a relevar los senderos con ojos de trail-runner y ver la posibilidad de desarrollar una carrera de montaña en el Parque.
Soy guía de montaña y puedo asegurar que quienes visiten el noroeste de Santa Cruz —incluyendo turistas europeos o norteamericanos acostumbrados a este tipo de paisajes— no van a creer lo que ven. Y con razón: la posibilidad de adentrarse en espacios tan extensos, inabarcables para la vista, y descubrir la vida silvestre que los habita, mansa y tan cerca es poco común en otros lugares del mundo.
Tomás Roy Aguiló se prepara para compartir la noche con las criaturas salvajes que habitan el cañadón del río Pinturas desde tiempos remotos. Foto: Canoa Films
“¿Qué es lo salvaje para vos?” La pregunta reaparece en mi cabeza terminando el relevo del Sendero Koi. Un agradable y luego brusco ascenso a una meseta volcánica, llamada Meseta de Sumich, a 978 metros sobre el nivel del mar. Son las 6:50 de la mañana y hace 1 grado.
En la cima de la Sumich decido tomar un breve descanso. Me abrigo, me hidrato y como un manojo de frutos secos contemplando el paisaje, reconociendo algunos de los picos en el horizonte. “Mirá qué belleza el San Lorenzo” digo en voz alta, aunque no hay nadie cerca. En el Parque podés recorrer varios kilómetros a pie, en bici o en auto sin cruzarte con otros humanos pero sí con muchísima fauna silvestre: choiques, guanacos, piches, pericotes, chinchillones, cóndores, más choiques, ¡cuatro pumas juntos!, zorros, zorrinos, águilas, flamencos, de todo. (En el camino de vuelta también crucé humanos: Javi y Sol, hospedados en la habitación contigua en “La Posta”, me saludaron desde sus bicis.)
Un cóndor andino sobrevuela los paredones rocosos del cañadón del río Pinturas. Foto: Hernán Povedano
“Lo salvaje es motivación.” Esta vez surge una respuesta en mi cabeza, frente al último tramo de escalones del sendero La Guanaca, llegando a la cima del cerro Amarillo. Me impresiona lo bien construido que está el sendero, con pendientes suaves para no cansarse y escalones tallados muy prolijamente en piedra. Llego a la cumbre suavemente y una ráfaga de viento me sacude y activa mis lagrimales. Agitado, contento y vital, recorro el paisaje 360 grados y sonrío frente a una pareja de cóndores curiosos que vuelan en círculos cada vez más cerca mío, como saludándome, dándome la bienvenida.
Ahora las palabras salen como un suspiro: “Lo salvaje es vida”.